Daniel Loaiza
En su habitación alquilada, la noche estaba más que caliente.
Estaba húmeda y pesada.
Entre sueños, se quitó las medias.
Después la franela.
Después los calzones.
Abrió la ventana de par en par.
Abrió la puerta de par en par.
Abrió el clóset de par en par, no sabía ni por qué.
Tomó medio vaso de agua.
Se echó encima medio vaso de agua.
Volvió a la cama resignado.
Se dio una vuelta.
Se dio otra vuelta.
Se obligó a cerrar los ojos.
Finalmente, a pesar del calor, se quedó medio dormido.
De repente, sintió un vientico suave en el cuello.
«Al fin refresca», pensó sin abrir los ojos.
«Al fin duerme», pensó la dueña del apartamento mientras le soplaba el cuello suavemente.
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