CHARLES MINGUS EN LA MEMORIA

Roberto Echeto ®



EL DIENTE DEL TROMBONISTA

En el curso de una conversación sobre unos arreglos musicales, el desacuerdo entre Jimmy Knepper y Charles Mingus creció a tal punto que el contrabajista y compositor le lanzó un despiadado manotazo a su compañero.

Jimmy Knepper perdió un diente y no pudo tocar el trombón durante una larga temporada. La ausencia de la pieza dental le impedía abordar con corrección la embocadura de su instrumento.

Pasarían años antes de que Jimmy Knepper perdonara a Mingus y volviese a tocar con él.



LA CASA DEL BATERISTA

Danny Richmond fue el baterista predilecto de Charles Mingus. Tocó con él en sus discos clásicos y en sus discos experimentales, en sus obras complejas y en sus obras sencillas; participó en casi todas sus giras, fue su amigo, su confidente y su consejero. No obstante, un día Danny Richmond se despertó más temprano que de costumbre. Una idea sencilla y rotunda vaporizó su tranquilidad.

Richmond abrió los ojos, se levantó inmediatamente y tomó el teléfono.

Dos horas más tarde, Danny se reunió con Mingus en un café:

—Chazz, quiero comprarme una casa y si no hago nada al respecto, viviré alquilado el resto de mi vida. Así que ha llegado el momento de mover ese culo.
—¿Y qué coño vas a hacer, si se puede saber?
—Elton John se va de gira y necesita un baterista.
—¿Quién?
—Elton John.
—¿Por cuánto tiempo te vas?
—Por un año.
—Un año es un tiempo razonable. Ve, cómprate tu casa y vuelve.
—Gracias, Chazz. No sabes cuánto te lo agradezco.




EL MACHETE ESCONDIDO EN EL FORRO DEL CONTRABAJO

El trombonista puertorriqueño Juan Tizol comenzó a trabajar en la banda de Duke Ellington en 1954. Una noche varios de los músicos de la orquesta se encontraban reunidos para ensayar y para discutir unos arreglos del propio Tizol. La discusión se tornó agria y muy pronto los gritos entre Charles Mingus y Juan Tizol se hicieron presentes en la atildada sala donde las sillas y los atriles esperaban a la música.

Ellington que era un líder como pocos, sofocó las voces que cruzaban invectivas en el aire. Por respeto al maestro, los más enconados contendores, Mingus y Tizol, dejaron la esgrima grosera, tomaron sus instrumentos y comenzaron a tocar.

De pronto, en medio de una pieza, se produjo un desorden. Una nube de partituras voló durante segundos sobre aquellos hombres que sostenían sus instrumentos musicales. Un saxofón rodó por el suelo y todos quedaron hundidos y en silencio cuando vieron que Charles Mingus llevaba un machete en una mano y perseguía a Juan Tizol.

La escena duró poco. Los dos músicos recorrieron la sala a la velocidad de una película muda. Los insultos y los gritos volaron salvajes hasta que Ellington se le atravesó a Mingus y le dijo:

—Suelta ese machete y te vas ahora mismo de aquí.

El gran contrabajista abandonó la gresca de inmediato. Tal era el respeto que profesaba por su jefe.

Demás está decir que Charles Mingus nunca volvió a tocar en la orquesta de Duke Ellington.


EL EMBARGO

Mingus se mueve entre cientos de cajas de cartón. Lleva una escopeta en las manos. Habla. Habla solo. Sus temas son el papa, la música, los blancos, la rabia, el dinero, la muerte, la lluvia, Nueva York… Después de llorar se pregunta si es capaz de disparar su escopeta o si los que están allá abajo a punto de embargarlo son capaces de oír el rugido de un cañón y preguntarse quién disparó, qué arma disparó, contra quién o contra qué disparó. Mingus se dice que no, que la gente en esta época tiene un témpano de plata en lugar de un corazón. Por eso deja la escopeta; vuelve a llorar; toma un morral y mete sus partituras; habla mal del prójimo; evoca tigres de bengala, bufalos sangrantes, lunas equinocciales…

Mingus toma su escopeta, la mete en el forro del contrabajo, se lo pone al hombro junto con su morral repleto de papeles y sale con las llaves del apartamento para entregárselas a los funcionarios que lo vienen a embargar.




SOBRE LAS LINER NOTES DE THE BLACK SAINT AND THE SINNER LADY

—¿Por qué me pides que escriba sobre tu música, Charles? Yo sólo soy un médico que trata a sus pacientes y trata de curarlos.
—Por eso mismo, doctor. Usted no es como esos críticos sabelotodos que tratan de encasillar en la palabra «jazz» todo lo que hago.
—No sé si pueda hacerlo. Yo no sé nada de música.
—Yo sólo le pido que escuche esta grabación y que escriba lo que le parezca.
—No sé. Me da un poco de pudor. Tú eres un gran músico y no estoy seguro de poder escribir algo que esté a la altura de tu música.
—Por favor, doctor Pollock. Usted y yo sabemos que eso no es cierto. Hágame el favor y escriba esas notas para el disco. Considérelo como parte de mi terapia.
—Charles…
—Nada de Charles. Sólo escriba, por favor.



LA PELEA DE LOS HÉROES

Un día, mientras Bird estaba de reposo en el hospital de Camarillo, Miles le anunció a Charles Mingus que regresaría a Nueva York.

—Eres un tipo despreciable. Bird te hizo como músico y ahora, así tan tranquilo, anuncias que te vas.
—Mira, negrito: a excepción de mi papá, ningún idiota me ha hecho. Bird puede haberme ayudado, pero eso no quiere decir que me haya hecho. Estoy harto de Los Ángeles y de todo este desorden. Necesito volver a Nueva York. Si me quedo aquí, esperando a que Bird se cure, me saldrán raíces y mi familia se morirá de hambre. Así que vete a la mierda.

Charles Mingus no agregó palabra, pero su relación con Miles Davis nunca volvió a ser la misma.


http://robertoecheto.blogspot.com/

No hay comentarios:

Publicar un comentario