SEIS MINICUENTOS DE JORGE GÓMEZ JIMÉNEZ




ORUGAS

El pequeño Tito sufría indecibles tormentos por las noches. Mientras sus padres dormían, dos enormes orugas entraban por la ventana. Una se erguía sobre sus padres y los rociaba con una sustancia que aseguraba un sueño profundo. La otra iba hasta la cuna del pequeño Tito y lo laceraba con el ácido que desprendían sus vellos hirvientes. El pequeño Tito era entonces alzado de la cuna por la oruga, que lo envolvía en un capullo junto a ella misma, mientras sus vellos seguían lacerándolo. En una horrenda metamorfosis que duraba hasta la madrugada, la oruga se convertía en una gigantesca mariposa que curaba las heridas del pequeño Tito con el polvo de sus alas y lo depositaba, sano y salvo, sobre su cuna, para luego salir por la ventana con su compañera. Por más que llorara durante estos extraños acontecimientos, sus padres no podían oírlo, pues estaban sumidos en un plácido sueño en el que veían a su hijo jugar con mariposas a la luz de la luna.



UNA W

Notó una w que su uso disminuía conforme la geografía se acercaba al ecuador. Ingenió entonces un plan que no podía fallar para promoverse a sí misma y garantizar su supervivencia en caso de que algún día necesitara mudarse a estos lares.

Lo primero que hizo fue comprar varios pomos de pegamento. En las horas de silencio, cuando las letras eran poco usadas, buscaba una m e impregnaba de pegamento el suelo donde se había volteado para dormir. Así, la m quedaba convertida para siempre —a su pesar— en una w.

El plan resultó, pero la w no pudo contener su rápido descenso hasta las profundidadew de la locura. En pocw twempo, hwlló la mawera de conwertir en w towas law lwtras.



DORMIR

La primera noche prácticamente no durmieron. Se dedicaron por completo el uno al otro, velándose el sueño con palabras dulces, sutiles ejercicios de tacto y un amor cálido. Algún tiempo más tarde, con el orgullo secreto de conocer al detalle la geografía de la noche, dormían abrazados bajo las sábanas, despertándose de madrugada con temperaturas de urgencia. Cuando llegaron los hijos y ya no quedó nada por descubrir, la exploración se volvió un proceso íntimo y aprendieron a respetar el espacio personal, que tuvo su expresión más acabada con la identificación y asignación de los lados de la cama. La madurez llegó cuando se dieron cuenta de que ya no era precisa la presencia física, ya que podían recordarse meticulosamente. Años después, cuando los nietos empezaron a inundar los días, ella murió. Él cambió entonces la cama por una más pequeña, intentando extirpar la nostalgia de sus noches, invadidas por la sensación de que ella velaba su sueño con palabras dulces, sutiles ejercicios de tacto y cálido amor.





TIEMPOS

Una noche de juerga nos quedamos sin cigarros y expurgamos todos los ceniceros de la casa. Abrimos todas las colillas que conseguimos y vaciamos el contenido sobre una bolsa de papel. Ya habían pasado las cuatro de la mañana y las cuatro cajas de cerveza, así que se entiende este tipo de procederes. El cigarro que armamos era del tamaño de una mano; la tinta con que habían impreso el logotipo del Automercado Gran Pekín en la bolsa, y cierto disco del Queen, le dieron la nota lisérgica al asunto. Wil terminó en el balcón llorando por los escasos recuerdos que le quedaban de su primer amor; Mik alzaba los brazos en homenaje al Mercury sin reparar en que el tocadiscos había dejado de funcionar quince minutos atrás; yo le desamarraba los zapatos a las chicas, dormidas sobre el sofá. Qué tiempos aquellos.


RETORNO

“Si pudiera hacer un viaje en el tiempo”, me decía Many una tarde, “me controlaría a mi vieja y sería mi propio padre”. El señor Moncada, su padre, me miró entonces y, guiñando el ojo, sonrió con algo de malignidad.



EL SUEÑO DE LA HORMIGA

Una hormiga quedó atrapada entre la gorra y la calva de Iván. Imposibilitada de moverse, fue vencida en poco tiempo por un sueño rotundo. Aún cuando Iván llegó a su casa y se quitó la gorra para acostarse, la hormiga seguía en el mismo sitio, dormida. Por la noche, sus patas se hundieron en la calva del desprevenido Iván y se convirtieron en raíces, unas raíces finas y frondosas que se aferraron al cráneo de Iván. Cuando éste despertó, tenía en su cabeza una peculiar planta de hormigas que trataban en vano de despegarse de los múltiples tallos de donde salían. Por esto, en las noches de lluvia, los ojos de Iván adquieren un extraño tono rojizo, y él toma a sus hijos entre las mandíbulas para conducirlos trabajosamente hasta sus habitaciones.



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