BREVÍSIMA EDITORIAL (CON NOTA TAMBIÉN BREVE Y UN LINK ESCANDALOSO)



A los Chang les cayó un rayo. Se estremecieron, conocieron el orgasmo de Zeus, cayeron muertos, resucitaron, y cuando abrieron los ojos, lo primero que dijeron fue:

—We love minicuento.


Fedosy Santaella y José Urriola (testaferros de los minicapos)


Nota:

(Queridos amigos, este número Chang está formado de tres partes. La primera, contiene los cuentos cortos y algunas teorías de nuestros siempre fieles colaboradores. La segunda, es la presentación de los minicuentos de los publicistas del primer taller de escritura creativa para publicistas del ICREA para el Círculo Creativos de Venezuela. La tercera, un dossier de lo que consideramos son grandes minicuentos, junto con unos links de teoría. Esperamos que disfruten).






CHARLES MINGUS EN LA MEMORIA

Roberto Echeto ®



EL DIENTE DEL TROMBONISTA

En el curso de una conversación sobre unos arreglos musicales, el desacuerdo entre Jimmy Knepper y Charles Mingus creció a tal punto que el contrabajista y compositor le lanzó un despiadado manotazo a su compañero.

Jimmy Knepper perdió un diente y no pudo tocar el trombón durante una larga temporada. La ausencia de la pieza dental le impedía abordar con corrección la embocadura de su instrumento.

Pasarían años antes de que Jimmy Knepper perdonara a Mingus y volviese a tocar con él.



LA CASA DEL BATERISTA

Danny Richmond fue el baterista predilecto de Charles Mingus. Tocó con él en sus discos clásicos y en sus discos experimentales, en sus obras complejas y en sus obras sencillas; participó en casi todas sus giras, fue su amigo, su confidente y su consejero. No obstante, un día Danny Richmond se despertó más temprano que de costumbre. Una idea sencilla y rotunda vaporizó su tranquilidad.

Richmond abrió los ojos, se levantó inmediatamente y tomó el teléfono.

Dos horas más tarde, Danny se reunió con Mingus en un café:

—Chazz, quiero comprarme una casa y si no hago nada al respecto, viviré alquilado el resto de mi vida. Así que ha llegado el momento de mover ese culo.
—¿Y qué coño vas a hacer, si se puede saber?
—Elton John se va de gira y necesita un baterista.
—¿Quién?
—Elton John.
—¿Por cuánto tiempo te vas?
—Por un año.
—Un año es un tiempo razonable. Ve, cómprate tu casa y vuelve.
—Gracias, Chazz. No sabes cuánto te lo agradezco.




EL MACHETE ESCONDIDO EN EL FORRO DEL CONTRABAJO

El trombonista puertorriqueño Juan Tizol comenzó a trabajar en la banda de Duke Ellington en 1954. Una noche varios de los músicos de la orquesta se encontraban reunidos para ensayar y para discutir unos arreglos del propio Tizol. La discusión se tornó agria y muy pronto los gritos entre Charles Mingus y Juan Tizol se hicieron presentes en la atildada sala donde las sillas y los atriles esperaban a la música.

Ellington que era un líder como pocos, sofocó las voces que cruzaban invectivas en el aire. Por respeto al maestro, los más enconados contendores, Mingus y Tizol, dejaron la esgrima grosera, tomaron sus instrumentos y comenzaron a tocar.

De pronto, en medio de una pieza, se produjo un desorden. Una nube de partituras voló durante segundos sobre aquellos hombres que sostenían sus instrumentos musicales. Un saxofón rodó por el suelo y todos quedaron hundidos y en silencio cuando vieron que Charles Mingus llevaba un machete en una mano y perseguía a Juan Tizol.

La escena duró poco. Los dos músicos recorrieron la sala a la velocidad de una película muda. Los insultos y los gritos volaron salvajes hasta que Ellington se le atravesó a Mingus y le dijo:

—Suelta ese machete y te vas ahora mismo de aquí.

El gran contrabajista abandonó la gresca de inmediato. Tal era el respeto que profesaba por su jefe.

Demás está decir que Charles Mingus nunca volvió a tocar en la orquesta de Duke Ellington.


EL EMBARGO

Mingus se mueve entre cientos de cajas de cartón. Lleva una escopeta en las manos. Habla. Habla solo. Sus temas son el papa, la música, los blancos, la rabia, el dinero, la muerte, la lluvia, Nueva York… Después de llorar se pregunta si es capaz de disparar su escopeta o si los que están allá abajo a punto de embargarlo son capaces de oír el rugido de un cañón y preguntarse quién disparó, qué arma disparó, contra quién o contra qué disparó. Mingus se dice que no, que la gente en esta época tiene un témpano de plata en lugar de un corazón. Por eso deja la escopeta; vuelve a llorar; toma un morral y mete sus partituras; habla mal del prójimo; evoca tigres de bengala, bufalos sangrantes, lunas equinocciales…

Mingus toma su escopeta, la mete en el forro del contrabajo, se lo pone al hombro junto con su morral repleto de papeles y sale con las llaves del apartamento para entregárselas a los funcionarios que lo vienen a embargar.




SOBRE LAS LINER NOTES DE THE BLACK SAINT AND THE SINNER LADY

—¿Por qué me pides que escriba sobre tu música, Charles? Yo sólo soy un médico que trata a sus pacientes y trata de curarlos.
—Por eso mismo, doctor. Usted no es como esos críticos sabelotodos que tratan de encasillar en la palabra «jazz» todo lo que hago.
—No sé si pueda hacerlo. Yo no sé nada de música.
—Yo sólo le pido que escuche esta grabación y que escriba lo que le parezca.
—No sé. Me da un poco de pudor. Tú eres un gran músico y no estoy seguro de poder escribir algo que esté a la altura de tu música.
—Por favor, doctor Pollock. Usted y yo sabemos que eso no es cierto. Hágame el favor y escriba esas notas para el disco. Considérelo como parte de mi terapia.
—Charles…
—Nada de Charles. Sólo escriba, por favor.



LA PELEA DE LOS HÉROES

Un día, mientras Bird estaba de reposo en el hospital de Camarillo, Miles le anunció a Charles Mingus que regresaría a Nueva York.

—Eres un tipo despreciable. Bird te hizo como músico y ahora, así tan tranquilo, anuncias que te vas.
—Mira, negrito: a excepción de mi papá, ningún idiota me ha hecho. Bird puede haberme ayudado, pero eso no quiere decir que me haya hecho. Estoy harto de Los Ángeles y de todo este desorden. Necesito volver a Nueva York. Si me quedo aquí, esperando a que Bird se cure, me saldrán raíces y mi familia se morirá de hambre. Así que vete a la mierda.

Charles Mingus no agregó palabra, pero su relación con Miles Davis nunca volvió a ser la misma.


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SEIS MINICUENTOS DE JORGE GÓMEZ JIMÉNEZ




ORUGAS

El pequeño Tito sufría indecibles tormentos por las noches. Mientras sus padres dormían, dos enormes orugas entraban por la ventana. Una se erguía sobre sus padres y los rociaba con una sustancia que aseguraba un sueño profundo. La otra iba hasta la cuna del pequeño Tito y lo laceraba con el ácido que desprendían sus vellos hirvientes. El pequeño Tito era entonces alzado de la cuna por la oruga, que lo envolvía en un capullo junto a ella misma, mientras sus vellos seguían lacerándolo. En una horrenda metamorfosis que duraba hasta la madrugada, la oruga se convertía en una gigantesca mariposa que curaba las heridas del pequeño Tito con el polvo de sus alas y lo depositaba, sano y salvo, sobre su cuna, para luego salir por la ventana con su compañera. Por más que llorara durante estos extraños acontecimientos, sus padres no podían oírlo, pues estaban sumidos en un plácido sueño en el que veían a su hijo jugar con mariposas a la luz de la luna.



UNA W

Notó una w que su uso disminuía conforme la geografía se acercaba al ecuador. Ingenió entonces un plan que no podía fallar para promoverse a sí misma y garantizar su supervivencia en caso de que algún día necesitara mudarse a estos lares.

Lo primero que hizo fue comprar varios pomos de pegamento. En las horas de silencio, cuando las letras eran poco usadas, buscaba una m e impregnaba de pegamento el suelo donde se había volteado para dormir. Así, la m quedaba convertida para siempre —a su pesar— en una w.

El plan resultó, pero la w no pudo contener su rápido descenso hasta las profundidadew de la locura. En pocw twempo, hwlló la mawera de conwertir en w towas law lwtras.



DORMIR

La primera noche prácticamente no durmieron. Se dedicaron por completo el uno al otro, velándose el sueño con palabras dulces, sutiles ejercicios de tacto y un amor cálido. Algún tiempo más tarde, con el orgullo secreto de conocer al detalle la geografía de la noche, dormían abrazados bajo las sábanas, despertándose de madrugada con temperaturas de urgencia. Cuando llegaron los hijos y ya no quedó nada por descubrir, la exploración se volvió un proceso íntimo y aprendieron a respetar el espacio personal, que tuvo su expresión más acabada con la identificación y asignación de los lados de la cama. La madurez llegó cuando se dieron cuenta de que ya no era precisa la presencia física, ya que podían recordarse meticulosamente. Años después, cuando los nietos empezaron a inundar los días, ella murió. Él cambió entonces la cama por una más pequeña, intentando extirpar la nostalgia de sus noches, invadidas por la sensación de que ella velaba su sueño con palabras dulces, sutiles ejercicios de tacto y cálido amor.





TIEMPOS

Una noche de juerga nos quedamos sin cigarros y expurgamos todos los ceniceros de la casa. Abrimos todas las colillas que conseguimos y vaciamos el contenido sobre una bolsa de papel. Ya habían pasado las cuatro de la mañana y las cuatro cajas de cerveza, así que se entiende este tipo de procederes. El cigarro que armamos era del tamaño de una mano; la tinta con que habían impreso el logotipo del Automercado Gran Pekín en la bolsa, y cierto disco del Queen, le dieron la nota lisérgica al asunto. Wil terminó en el balcón llorando por los escasos recuerdos que le quedaban de su primer amor; Mik alzaba los brazos en homenaje al Mercury sin reparar en que el tocadiscos había dejado de funcionar quince minutos atrás; yo le desamarraba los zapatos a las chicas, dormidas sobre el sofá. Qué tiempos aquellos.


RETORNO

“Si pudiera hacer un viaje en el tiempo”, me decía Many una tarde, “me controlaría a mi vieja y sería mi propio padre”. El señor Moncada, su padre, me miró entonces y, guiñando el ojo, sonrió con algo de malignidad.



EL SUEÑO DE LA HORMIGA

Una hormiga quedó atrapada entre la gorra y la calva de Iván. Imposibilitada de moverse, fue vencida en poco tiempo por un sueño rotundo. Aún cuando Iván llegó a su casa y se quitó la gorra para acostarse, la hormiga seguía en el mismo sitio, dormida. Por la noche, sus patas se hundieron en la calva del desprevenido Iván y se convirtieron en raíces, unas raíces finas y frondosas que se aferraron al cráneo de Iván. Cuando éste despertó, tenía en su cabeza una peculiar planta de hormigas que trataban en vano de despegarse de los múltiples tallos de donde salían. Por esto, en las noches de lluvia, los ojos de Iván adquieren un extraño tono rojizo, y él toma a sus hijos entre las mandíbulas para conducirlos trabajosamente hasta sus habitaciones.



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TRES MINICUENTOS DE JOSÉ URRIOLA



SONRISA


—Me gusta tu sonrisa —le comenta el profesor, muy seductor, a la alumna durante la corrección del examen. —Si me regalaras esa sonrisa más a menudo te aseguro que recibirías mejores notas, y tú y yo nos llevaríamos mucho mejor.

Ella salió sonrojada de la cita.

Y ya nunca más volvería a verla.

Su sonrisa en cambio sí. Encerrada en un cofrecito que dejó de obsequio sobre el escritorio del profe, conteniendo todos y cada uno de sus hermosos dientes arrancados de raíz.



DOS MALETAS

En la maleta de la derecha está guardada mi vida.

En la de la izquierda está Ella, completita, recortada en finos trozos.


GRACIAS

—Gracias —dijo ella.

Y se desplomó exhausta a su costado, justo después de hacer el amor con broche orgásmico pirotécnico.

Él se quedó algunos segundos rumiando las posibles respuestas. Joder, ¿porque tú sabes lo que es eso? que alguien te dé las gracias después del sexo. No es un “estuvo genial”, ni un “qué rico”, no... las gracias, güevón. Así de sencillito, así de contundente: Las gracias.

Y no se le ocurrió nada mejor, nada más cursi ni más sentido que responderle:

-No, gracias a ti. Tú eres para mí como un ángel caído que vino a rescatarme.

Se incorporó furiosa, la cara desfigurada por una mueca de rabia y frustración. Y ante sus ojos idiotas se transformó. Alas enormes, como de cóndor albino, se desplegaron de sus omoplatos. Las batió con fuerza para elevarse dos metros sobre el colchón.

—Mierda... esperaba que tardaras más en darte cuenta. Ahora has roto el encanto.

Se disparó en vertical hacia el cielo, dejándolo cubierto de polvillo y cal. Y con una tronera enorme en el techo.



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TRES MINICUENTOS DE JOSÉ JAVIER ROJAS




@

Autor sediento de atención publica obras completas en Twitter para descubrir que nadie lee ya textos tan largos en esta época oligofrénica



SU SEGURO SERVIDOR

"Ahora la parte más importante:
un leve toque para el corazón,
y así solamente me querrá a mí,
solo a mí"

Estrofa tachada a una versión temprana de la letra del himno del Único Partido Único. El borrador fue hallado entre los papeles de un disidente del UPU caído en evidente desgracia y que fuera arrestado por la Policía Secreta en uno de sus acalorados actos televisados vía microondas.


(RE)CLASIFICADO

Vendo en excelente estado máquina multifuerza usada para desarrollar músculo narrativo por motivo de viaje al exterior y cambio de rubro. Interesados preguntar por Salvador Fleján o dejar mensaje en el Facebook.

TRES MINICUENTOS DE MARIO MORENZA



/Textos del libro Pasillos de mi memoria ajena/



31/12 DEDOS EN EL TIEMPO

No es sorpresa que diga que tengo diez dedos. Pero a falta de una margarita empecé por el meñique de la mano izquierda: me quiere, no me quiere, me quiere, no me quiere. Ahora tengo sólo un meñique y muchas esperanzas.



OVEJAS

Hoy reflexioné sobre mi vida. Del aburrimiento me dormí.

(Capítulo/relato “Pasillos”)



EXTRACTO DE DIARIO ONÍRICO DE UN NUERASTÉNICO

Era una vez un Melancólico llamado Marco Macchinni que soñaba que era un Melancólico llamado Mario Morenza que soñaba que era un escritor que escribía acerca de un estudiante llamado Marco Macchinni que soñaba que era un Melancólico.

(Capítulo/relato “ Melancólicos Anónimos”)

MINITERROR

Fedosy Santaella



BRASSAI NO TOMÓ ESTA FOTO

Se despertó desnudo sobre una cama de burdel. Estaba solo, no se acordaba de nada y sus ropas estaban al otro lado del espejo.



LAS TIJERAS DEL DIABLO

Inmovilizado en el barro seco de los vicios, se había propuesto escribir algo que lo trajera de vuelta a la vida. Pero el ripio excesivo no le permitía encontrar la expresión deseada y, por tanto, le era imposible librarse del sufrimiento.

Una noche extenuante se durmió sobre el teclado. En el sueño, no dejaba de hacerse la misma pregunta: “¿Cómo escribir, cómo escribir…?”

El diablo vino a sentarse a su lado.

-Corto –dijo, imitando los movimientos de una tijera con los dedos.

Despertó lleno de una renovada emoción hacia la escritura, dueño del secreto breve que desataría el nudo gordiano. Pero le fue imposible escribir: el demonio le había cortado las manos.


LOS OLVIDADOS

Cuando los niños dejan de jugar con ellos, los vientos del olvido los arrastran a una oscura torre. No hay puertas, no hay ventanas. Pero ellos saben que existe una salida. Cuando la encuentren, los amigos imaginarios tomarán venganza.





ERMITAÑO


Amo la soledad, los maté a todos.



PARÁFRASIS DE ERZEBETH

¡Degolladlas!
¡Sacadles hasta la última gota!
¡Primero bañada en sangre
que muerta!



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EL CUENTO IMPERMANENTE

Enrique Enríquez



Queridos amigos,

Ayer me enteré que hace unos años un niño anduvo merodeando las estanterías de un librero parisino dedicado a la venta de libros antiguos y se topó con un pequeño volumen que le pareció fascinante. El libro contenía sólo siete grabados agrupados bajo el título Circulus Vicissitudinis Rerum Humanarum. Aunque no está clara la fecha exacta de su publicación se sabe que los grabados fueron hechos por Maartin de Vos, un artista discípulo de Tintoretto que vivió entre 1532 y 1603 y logró hacerse de una buena reputación en su nativa Amberes, una ciudad donde me consta que los bombones se venden en cada esquina como si el chocolate fuese pan. Los siete grabados componen una secuencia que alude justamente a la naturaleza circular de la vida, en la que la riqueza y sus excesos fomentan la soberbia, la soberbia da pie a la guerra y la guerra trae consigo la pobreza. Pero he aquí que con la pobreza viene la humildad, y esta entonces hace posible la paz. La paz a su vez estimula la riqueza y volvemos a empezar esta versión flamenca del cuento del gallo pelón.

Repasando con la mirada esta fábula moral no pude evitar encontrar una similitud con el tarot, que es también un ciclo didáctico en el que se exalta la virtud a modo de juego de naipes, un ‘grimorio moral’ dividido en tres secciones. La segunda sección, que es sin duda mi favorita, comprende nueve cartas agrupadas en tríos, cada uno de los cuales remata en una virtud moral. Así, en palabras del investigador Michael J. Hurst, tenemos a El Enamorado y El Carro, que seguidos de la Justicia nos invitan a ser “justos en el amor y la guerra”. Luego están El Ermitaño y La Rueda, que seguidas de La Fuerza nos recuerdan la importancia del “coraje para afrontar los reversos de la fortuna”. Finalmente, Temperanza sigue a las dos cartas más tenebrosas del tarot: El Colgado y la carta sin nombre, para recordarnos que “la moderación mantiene a raya la traición y la muerte”.

Con la Rueda de Fortuna en pleno centro y la Muerte cortando la secuencia justo en su sección áurea, el tarot parece decirnos “no importa lo que hayas hecho, no importa quien seas, todo puede cambiar.”* Tal como el Circulus, el tarot cuenta un cuento circular de impermanencia y redención. Un cuento que el hombre occidental ha llevado en el bolsillo durante siglos, y si ciertos estudios recientes en la naturaleza emocional (intuitiva, inconsciente y automática) del juicio moral tienen algo de cierto, estaría imbricado en la propia psique del ser humano. Pero curiosamente, el arte y el entretenimiento occidentales se han dedicado con éxito a contarnos sólo la mitad de ese cuento, la parte que habla de redención, en un modo que la tergiversa y la presenta como la promesa de transformar todo obstáculo en pivote para el éxito, y ha sido bastante negligente para hablar de impermanencia, una palabra que en nuestra época nos resulta tan detestable como el ajo a los vampiros. Un buen ejemplo de lo que pasa cuando insistimos en contarnos sólo la mitad de este cuento puede verse en lo aberradamente mediocres que son nuestras celebridades deportivas, políticas y cinematográficas a la hora de administrar su éxito. Los esteroides, los picones a los paparrazzi o las leyes habilitantes son el ‘botox’ que cada uno de ellos le aplica a sus vidas para mantenerse en el tope de la Rueda de Fortuna, en un acto de equilibrio inelegante. Peor aún, esa preferencia por contar sólo el cuento de la redención nos ha convertidos a todos en aspirantes a celebridad. Según esto, la vida común es un sueño del que las celebridades han logrado despertar, y todos aguardamos dormidos el grato olor del éxito.

En el De Casibus Virorum Illustribus (una suerte de revista Hola del Siglo Catorce), Boccacio narraba la vida de personajes famosos para que los privilegiados de su época cogieran dato y no se volvieran locos con el poder. Los cuentos circulares son un universal narrativo. Toda cultura del planeta posee alguna historia que se muerde la cola. Tiene sentido, porque la naturaleza es nuestra principal proveedora de metáforas y en ella todo funciona en ciclos. Así como el día sigue a la noche, los seres humanos también somos proclives a repetir los deseos y errores de nuestros padres. Tanto el Circulus como el tarot recogen esa tradición, ambos son en cierto modo un De Casibus en el que el personaje central no es otro que uno mismo. Ambos documentos proponen la virtud como receta, no para hacernos exitosos, sino para ser exitosos. Es decir, no para conseguir cierto ingreso, cierto carro o cierta talla de sostén, sino para salir moralmente ilesos de los embates de la fortuna, a sabiendas de que el éxito y el fracaso son igualmente perecederos.

Como les digo, ayer me enteré que hace cuarenta años un niño encontró este libro. Pero este niño no era un niño cualquiera. Claro está que ningún niño es un niño cualquiera, pero lo que hace especial a este niño en particular es el hecho de pertenecer a una familia que se ha dedicado al mundo editorial por cuatrocientos años. Por esta razón, y viendo que aquel libro fabuloso permanecía inalcanzable para muchos, el niño que ya no es tan niño se decidió a re-imprimir el Circulus Vicissitudinis Rerum Humanarum, gracias a lo cual yo pude, ayer, tener este libro en mis manos y enterarme de esta historia que les cuento.

Muchos saludos,


______________

* El análisis que usted acaba de leer no lo encontrará en ningún libro y es cortesía de nuestros patrocinantes: la iconografía y la evidencia histórica.



www.enriqueenriquez.net

LA SEÑORA ROSA

Carlos Zerpa



De vez en vez iba en Caracas, a ese inmueble situado entre las esquinas Castán y Palmita en el edificio Monte Cristo a visitar a mi querida tía Lilia, la poeta, la escritora, mujer llena de cultura y conocimientos… Me unía a ella el mundo del arte, un gran respeto y admiración. Ser poeta en mi familia era algo excepcional y ella muy elegante e inteligente, orgullosamente lo era.

Pero quien me recibía, quien me hacía la antesala era Rosa, su asistente, el ama de llaves, la señora que siempre la había acompañado. Al llegar me saludaba, y de inmediato me preguntaba: «¿Una dona?» Yo respondía que no y ella de inmediato siempre completaba: «Una dona, tena, catona, libra, cuadrete, estaba la reina sentada en su cuadrilete».

Y yo ahí, esperando a mi tía, viendo los recuerdos de viaje o las medallas de su difunto marido militar que encerraba en su vitrina, o unos suecos de madera originales de Holanda pintados con molinos de viento que colgaban de la pared.

Rosa en su letanía continuaba con aquello de: «Vino dril quebró cuadril cuadrón, cuenta las veinte que las veinte son».

Mi tía aparecía y me invitaba al diálogo, yo la seguía a la sala. Rosa, con voz queda, casi imperceptible, solo con movimientos de labios continuaba «Una dona, tena, catona, libra, cuadrete, estaba la reina sentada en su cuadrilete». Yo volteaba y la miraba, ella continuaba y yo podía leer sus labios: «Vino dril quebró cuadril, cuadrón, cuenta las veinte que las veinte son».

Han pasado tantos años de estos encuentros. Mi tía Lilia murió hace ya bastante tiempo, la señora Rosa, muy viejita, está recluida en una casa para ancianos. Nunca la volví a ver aunque imagino que sigue con su eterno rosario con aquello de la dona, tena, catona, libra y cuadrete… Yo, por mi parte, también con muchos años y canas les confieso que nunca conté las veinte... Esas veinte que ella quería que contara.

http://www.carloszerpa.com/

CINCO MINIFICCIONES DE JOAQUÍN ORTEGA





LOOP

Como no me gusta repetirme, como no me gusta repetirme, como no me gusta repetirme, como no me gusta repetirme, como no me gusta repetirme, como no me gusta repetirme, Como no me gusta repetirme


REGICIDA

Al solo creer en la muerte, tuve que propiciarte.


NACIDOS

Multiplicar no es magia, es eventual chispazo orgánico.


¡ESE PERSEO!

La cabeza de Medusa le guiñó el ojo. Ahora le dicen cara de piedra.


LUCKY STRIKE

El tabaco desfiguró el olor a sexo, componiendo sahumerio entre sus dedos.

MINICUENTOS DEL TALLER DE PUBLICITAS



Queridos amigos:

A continuación les presentamos los primeros minicuentos surgidos del 1er taller de publicistas que se dictó en Eliaschev publicidad y con el acuerdo del Círculo de creativos de Venezuela y el ICREA.

INTERCAMBIO

María Fernanda Padrón


Dos amigas se reúnen a tomar café. «No soporto a mi marido», confiesa la amiga casada. «Yo no soporto estar sola», se lamenta la soltera. «Cambiemos de lugar», acuerdan ambas.

Veinticuatro horas más tarde, se encuentran en idéntico escenario.

«Prefiero quedarme soltera», razona la segunda, «tu marido no apareció en toda la noche, y me sentí más solitaria que nunca».

«Yo prefiero que sigas casada», argumenta su amiga, «he descubierto que mi marido es un animal en la cama, pero sólo cuando lo hace contigo.»

UNO LEJANO

Diego Lecuna A.



Llegó feliz al lejano país, aunque con ganas de hacer pipí. No consiguió baño, porque el baño también era un lejano baño, y se aguantó. Contempló el lejano molino, las lejanas casas, las lejanas montañas, y decidió dormir un rato. No consiguió el sueño, pues éste también era un lejano sueño, y amaneció meado.

UN NIÑO OBEDIENTE

Jonathan Segovia



La abuelita de Luisito está con una escoba limpiando las ventanas del balcón, y él, un simpático niño de 6 años, se encuentra con su bicicleta en la puerta de la casa esperando para salir.

De pronto, llegan sus padres del trabajo y su mamá le pregunta:

—¿Dónde está tu abuela, mi amor?

Ella, al ver algo extraño, cambia la pregunta rápidamente:

—Mira, ¿para dónde vas tú solo, y con esa bicicleta?

Él responde con serenidad:

—Tranquila, mamá, yo soy un niño obediente, sólo estoy esperando por mi abuela.

Ella, más calmada, dice:

—Ok, vas con tu abuelita.
—Pues sí, mami —responde él—, porque como dijo mi papi: El día que vaya a salir a pasear solo con mi bicicleta, será el día en que mi abuela termine de salir con la escoba por esa ventana.

MALABARISTAS

Andreína García


Verde, un momento para descansar y pensar en el próximo artilugio.

Pero no por mucho tiempo, antes de que llegue el amarillo.

Atentos, que ahí viene el rojo, y la función está por comenzar.

INSTRUCCIONES PARA ESCRIBIR UN MINICUENTO

Antonio Noguera



Tome un lápiz, sáquele punta.

Tome una resma de papel, saque una hoja.

Tome su cabeza, saque una idea.

Una letras, forme palabras. Una la punta del lápiz al papel, forme una historia.

O forme mil y una, procure que sean voladoras, que lo lleven adonde dicen los duendes que nacieron los dragones, y al regresar de allí, no olvide escuchar al viento del norte que canta como sirenas. Eso sí, póngales fantasía.

Y por favor, sea breve.

SE ECHÓ A MORIR EN EL INTENTO

Ana María Blanco



Abrió sus ojos en una oscuridad intensa jamás vista. Su entorno era tan negro que hasta se creyó ciego. Estaba acostado en un espacio tan escaso que rozaba el alto y el ancho de su cuerpo. No hizo nada por pensar que era poco lo que podía hacer.

VIENTICO

Daniel Loaiza



En su habitación alquilada, la noche estaba más que caliente.

Estaba húmeda y pesada.

Entre sueños, se quitó las medias.

Después la franela.

Después los calzones.

Abrió la ventana de par en par.

Abrió la puerta de par en par.

Abrió el clóset de par en par, no sabía ni por qué.

Tomó medio vaso de agua.

Se echó encima medio vaso de agua.

Volvió a la cama resignado.

Se dio una vuelta.

Se dio otra vuelta.

Se obligó a cerrar los ojos.

Finalmente, a pesar del calor, se quedó medio dormido.

De repente, sintió un vientico suave en el cuello.

«Al fin refresca», pensó sin abrir los ojos.

«Al fin duerme», pensó la dueña del apartamento mientras le soplaba el cuello suavemente.

CELOS PROFESIONALES

José Juan Sanguinetti



Indignada, la coma reclamaba a la ortografía el por qué el punto siempre tenía la última palabra.